Ruta por el Camino Olvidado de Santiago. Viaje fotográfico

01 septiembre 2021 - General - Comentarios -

1. De Guardo a Puente Almuhey

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Trampantojo a la salida de Guardo

He conseguido unos días libres para mí solo y después de mirar y remirar he elegido hacer una parte del Camino Olvidado*. Calculando el tiempo de que dispongo, he decidido salir de Guardo y tengo pensado llegar hasta Ponferrada. No las tengo todas conmigo, sobre todo porque voy muy muy cargado (tienda de campaña incluida), porque por la información que tengo prácticamente todos los albergues que hay (que no son muchos) están cerrados, y no tengo presupuesto, ni ganas, para dormir todas las noches en hoteles.

Después de sentir el peso de mi carga en León en el trayecto desde la estación de autobuses a la de Feve, y en Guardo, en los dos kilómetros que hay desde la parada del tren hasta mi hotel, me planteo incluso la opción de hacer el camino en dirección contraria para llegar a Medina de Pomar, donde tengo casa (serían 5 días), dejar allí tienda y otras cosas, y en los días que me sobren hacer el camino francés de Burgos a León. Finalmente decido probar a ver qué tal se me da el primer día. Me decido, eso sí, por la variante más fácil y corta. No es cuestión de arriesgar.

Salgo bastante tarde y camino como 2,5 kilómetros por la ciudad hasta llegar al albergue (cerrado); allí me reacomodo y reincio el camino, ayudado por el track que voy siguiendo**, y por fin veo la primera señal y salgo del asfalto. Aquí empieza mi camino.

En cuanto dejo la ciudad me animo. La carga es pesada, pero me siento con fuerzas. Al cabo un rato, después de pasar una bonita fuente, llego a una ermita, y después de unos metros más de asfalto y de cruzar una carretera, vuelvo a los caminos, que no abandonaré en toda la etapa. Se suceden entonces robledales y pinares, y durante un trecho sigo paralelo a la vía por donde llegué a Guardo el día anterior.

Sigo caminando con mariposas a mi alrededor, de repente un pequeño corzo sale corriendo y se aleja. Miro hacia atrás y veo un hermoso paisaje con montañas al fondo. También de frente se ven las montañas a lo lejos. Por fin llego al primer pueblo. Cuando lo cruzo encuentro un sitio apropiado para parar, quitarme las botas y comer algo.

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Aquí empieza de verdad mi camino

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Ermita del Cristo del Amparo

Pero hay que seguir. Pasarán delante de mi más pinares, robledales, otro pueblo con su iglesia, volveré a cruzar la vía del tren... Las señales a veces son confusas y la aplicación falla, así que en un momento dado me pierdo. Ya veo la meta al fondo, pero no quiero llegar por un cortafuegos, así que busco otro camino alternativo por donde se ve que hace mucho que no pasa nadie, porque está bastante cerrado en algunos tramos.

 Por fin, lleno de rasguños, alcanzo el pueblo de Cegoñal, y desde allí, por una bonita senda entre robles que después se estrecha, llego a Puente Almuhey***, cansado pero satisfecho por haber superado esta primera prueba.



* Para informarme sobre esta ruta he mirado las siguientes páginas:

  • https://www.caminoolvidado.com/ : Mapa, información sobre las etapas, información práctica; es la que más he usado. De ahí he sacado también los tracks. Hay incluso una aplicación que te puedes descargar, pero a mi no me funcionaba muy bien.
  • https://www.viejocaminoolvidado.com : También tiene mucha información sobre las etapas y práctica.
  • https://www.caminodesantiago.org : La página del camino de Santiago. La he usado sobre todo para información general, sobre los diferentes caminos, etc. En cuanto al camino mejor las dos anteriores
  • https://www.gronze.com/ : Página muy recomendable. En el foro tienen muchos hilos sobre los diferentes caminos. Me ha ayudado mucho leer las opiniones y las referencias sobre el camino olvidado. A partir de ahí puedes enlazar también a otras páginas o blogs interesantes, como https://memex.blog/

** Como he comentado, he seguido los tracks que aparecen en https://www.caminoolvidado.com/ a través de la aplicación Wikiloc, que a mí me funcionaba bastante mal porque no me iba en segundo plano, de modo que la grabación se me paraba y casi nunca me avisaba de si iba o no por el camino correcto, por lo que tenía que andar siempre mirando. Esto me ocasionó algunos problemas.

La señalización es muy aleatoria. En cuanto a mojones (muy bonitos), paneles de información o señales oficiales puedes encontrar 6 o 7 cada etapa. Afortunadamente hay gente que se ha dedicado a pintar flechas amarilla en gran parte del recorrido, lo cual ayuda mucho, aunque te puede pasar que te confundas con señales semejantes de otras rutas. Entre eso y los tracks se las arregla uno, aunque con problemas puntuales.

*** En Puente Almuhey, por ser el primer día, me alojo en el hotel Río Cea (tampoco hay más opciones), bastante económico (aunque una persona sola siempre sale caro). Para cenar ofrecen cachopo y chuletón. Yo me como unas croquetas variadas excelentes, y por la mañana me ofrecen un desayuno decente, incluido en el precio. El día anterior, en Guardo, hostal Montaña Palentina, igualmente económico y decente, cena de menú barata con unas rabas muy ricas; del desayuno sin embargo, sólo se salva el café. Me ofrecen un descuento como peregrino.


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Prados y pinares con las montañas al fondo

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Mirando atrás sin ira

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Mirando adelante. El camino promete

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Cruzando la vía

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Puente Almuhey

2. De Puente Almuhey a Cistierna

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Iglesia de San Martín de Valdetuejar

Reconfortado con un desayuno decente y bastante animado, reemprendo el camino.  Por las calles del pueblo veo una pareja en bici con alforjas y les saludo. ¿Serán peregrinos? El día anterior no vi a nadie.

Después de un corto trayecto por carretera y caminos llego al primer pueblo, Taranilla. A la salida me sorprende un rebaño de ovejas con su pastor y sus mastines, que avanzan levantando polvo por el camino.

A partir de aquí, siempre por caminos, atravieso dos bonitos pueblos casi pegados el uno al otro. En San Martín de Valdetuejar paso de largo después de hacer algunas fotos desde abajo de la iglesia, con lo cual me pierdo unos relieves al parecer interesantes. En Renedo de Valdetuejar me detengo un poco más, me pongo de corto, relleno el bidón y fotografío la bonita iglesia con restos de muralla y un bonito arco que parece una antigua puerta.


A partir de aquí comienzan 6 kilómetros de carretera cuesta arriba. Afortunadamente, no hace mucho calor. Tengo tantas ganas de salir de ella, que me confundo y me meto por un camino, pero finalmente tengo que volver al asfalto.

Por fin llego a otro pueblo y después de una corta pero pronunciada subida, alcanzo a ver el impresionante Santuario de Nuestra Señora de Velilla, un sitio ideal para hacer una pausa, quitarse las botas y reponer fuerzas. Desgraciadamente no tuve paciencia por la mañana para esperar a que abrieran la tienda en Puente Almuhey, así que sólo tengo un mango, que me sabe a gloria, y un poco de chocolate. No necesito nada más. Me despido de unas señoras, quizás del pueblo de al lado, que juegan a las cartas en una mesa a la sombra de la iglesia, y vuelta al camino.

Y se trata, realmente, de un camino, una vía que ya usaron los romanos según parece, y que asciende sin parar durante unos cuantos kilómetros, permitiéndome una visión cada vez más amplia del valle que dejo atrás con sus montañas al fondo.

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Renedo de Valdetuéjar

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Santuario de Nuestra Señora de Velilla

Tras llegar a la cima del puerto, se inicia una ligera bajada con un magnífico panorama, teniendo siempre a la derecha la visión del pueblo de Fuentes de Peñacorada, encaramado en la ladera de la montaña que le da el apellido.

Después vuelta a subir, pero ahora de forma más suave y a la sombra de un bosque en el que predominan las hayas, que aportan su frescor y su encanto. Después de botar la portilla, hay que fijarse un poco, ya que el recorrido no sigue el camino que llevamos, sino que gira a la izquierda por una estrecha senda por la que volamos por encima del valle hasta salir a un camino más ancho. Allí, unas señales nos indican que faltan 6 kilómetros para el final de la etapa en Cistierna.

ambién nos informan de que en dirección contraria, a 300 metros está el mirador de los Tejos. Sin duda vale la pena desviarse hacia allí, las vistas son magníficas y el lugar resultaría ideal para acampar.

Me lo pienso durante un rato, olvidando por un momento que no tengo nada de comida y que apenas me queda agua (luego encontraré una caudalosa fuente un par de kilómetros más abajo).

La bajada a Cistierna transcurre en su mayor parte atravesando un bosque de altos pinos. Si bien en principio parecía lo más fácil, resulta ser la parte más dura del día. Al final siempre estás más cansado; además el calor aprieta, los pies me duelen y, como el día anterior, justo al final la ruta se introduce por una senda estrecha y con mucha pendiente, que por fin me deja en el pueblo. Busco el albergue municipal, pero, como me habían dicho, está cerrado, así que decido probar el camping*.

* El camping de Cistierna es pequeño y acogedor, los encargados son agradables y los vecinos y sus perros son simpáticos. Sin embargo, estoy tan cansado que, después de montar la tienda y ducharme (en compañía de otros 3 o 4 perros), salgo a hacer un poco de compra, me como una ensalda en la terraza carpa y me entrego en los brazos de Morfeo.

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Pinar bajando hacia Cistierna

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Rebaño de ovejas a la salida de Taranilla

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Levantando el vuelo, de camino al puerto

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Vista desde el collado de los Rejos

3. De Cistierna a Boñar

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El roble del rezadero camino de Yugueros

Me despierto pronto y decido recoger la tienda y salir. Esta es una etapa más larga que las dos anteriores, así que mi planteamiento desde el principio es quedarme en algún sitio intermedio.

Después de un tramo por caminos se sale a la carretera y enseguida se cruza el río Esla y se llega a una bifurcación donde se ofrecen las dos opciones posibles. Elijo la de la derecha que lleva a La Ercina por Yugueros (la de la izquierda llega al mismo sitio pero siguiendo un tramo del camino Vadiniense).

El tramo hasta Yugueros es agradable pero un tanto aburrido. Transcurre todo el rato por un bosque de robles. Una vez en el pueblo, paro un rato a admirar la iglesia. A partir de aquí, el camino sigue por la carretera. Son muchos kilómetros hasta La Ercina, de modo que cuando llego ya estoy bastante harto y decido no parar, aunque el pueblo tiene, parece ser, cosas interesantes que ver.

Sigo pues con la esperanza de salir de la carretera y encontrar un lugar agradable para hacer una pausa y comer algo. Efectivamente salgo a una senda que va ascendiendo entre enjutos robles hasta ganar altura y luego sigue llaneando por encima del valle por donde va la carretera. Después de mucho andar, acalorado y hambriento, decido parar en una sombra. No es el mejor sitio, pero puedo por fin descalzarme, casi desnudarme, descansar un poco del calor y satisfacer casi todas mis necesidades fisiológicas.

Y como me había quedado a la mitad, el camino sigue un buen rato con el mismo tenor hasta que, más adelante, se toma una bifurcación a la izquierda y dando un rodeo se empieza a bajar hacia el valle. En la bajada me encuentro con los ciclistas que vi el día anterior en Puente Almuhey y charlo un rato con ellos. Es una pareja joven de Barcelona. Como no les había visto el día anterior había asumido que seguramente estarían haciendo alguna otra ruta. Quedamos en vernos quizás en el camping de Boñar, aunque yo les digo que probablemente me quedaré antes.


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Junto a la iglesia de Yugueros. Es lo que pasa cuando uno pasa demasiado tiempo sentado

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Por encima del valle con las montañas al fondo

Después de cruzar Acisa de las Arrimadas, al poco se llega a la solitaria iglesia o ermita de Santa María, enclavada en un bonito paraje. Ya había leído sobre ella en https://memex.blog/ y había considerado pasar la noche allí. Efectivamente es un buen sitio; además me duele bastante una rodilla.

Allí me encuentro otra vez a Alfons y Elena, que han parado a comer. Tenemos la oportunidad de seguir charlando un rato. Les anuncio que me quedo allí a pasar la noche y nos despedimos. Son más o menos las 17.30. Media hora más tarde, sin embargo, aburrido y sin cobertura, decido que sigo hasta Boñar.

El camino que sigue no es desagradable. Pronto entro en la amplia vega del Porma, regada por cauces y canales. Pero estoy agotado. En los 3 últimos kilómetros, el camino va recto, paralelo a la vía del tren. Por fin llego al pueblo, pero tengo que cruzarlo completamente para llegar al camping, que está en un lugar fantástico, pero da la impresión de estar un poco dejado de la mano de Dios. Pregunto por Alfons y Elena. Me dicen que han pasado por allí pero han seguido camino.

De nuevo montar la tienda y ducharme (en un baño bastante sucio y en una ducha con un sistema bastante primitivo). No hay tienda ni cafetería, así que salgo a hacer algo de compra y a buscar un lugar para comer en el pueblo, pero no encuentro nada interesante. Al final voy a un bar al aire libre que hay en una área recreativa cerca del camping y me como una ensalada.

Cuando termino me cuesta levantarme. Las agujetas casi me impiden andar. Llego hasta la tienda y me acuesto pensando en la posibilidad de quedarme un día en Boñar, pero qué voy a hacer yo un día en ese pueblo y en ese camping. Resuelvo que descansaré y saldré quizás más tarde, y que la próxima etapa, que es bastante larga y bastante dura, ya que he decidido tomar la variante montañosa por Vegacervera y Buiza, la haré en dos días.

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Ermita de Santa María

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Puente sobre el Esla a la salida de Cistierna

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Bajando hacia Acisa de las Arrimadas

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Prado florido junto a la ermita de Santa María

4. De Boñar a Valdorria

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Puente medieval en Valdepiélago

Parece mentira, pero a la mañana siguiente no diría que estoy como nuevo (todavía tengo los músculos resentidos), pero me siento mucho mejor. Aún así, me lo tomo con calma como había decidido. Me voy a desayunar al pueblo y luego, sin prisas, recojo, hago la mochila y me la echo al hombro.

Después de un trecho siguiendo el río, el camino se aparta hacia la derecha y sube un poco atravesando bosques de robles y prados. El paisaje no es especialmente encantador, pero también puede uno encontrarse pequeños tesoros a ras de suelo.

En Valdepiélago hago la obligada parada para comer al lado del puente medieval y me preparo psicológicamente para lo que me espera. Parece que viene la parte dura.

Efectivamente, después de un tramo más bien desagradable por carretera y ya en subida, se llega a La Mata de Bérbula, donde se toma un camino que sigue cuesta arriba, primero de forma más suave y luego abruptamente convertido ya en un sendero de montaña.

A medida que voy subiendo la visión se va ampliando, pero el calor y la dureza del camino hacen que sude la gota gorda. Cuando por fin se llega al puerto, el espectáculo es fantástico, pero  quedo frustrado porque no soy capaz de encontrar la foto que lo plasme. Además descubro que mi teléfono se ha quedado sin batería. Tengo un cargador, pero va muy lento; es ya bastante tarde y no estoy seguro de lo que me queda por delante. Pienso que lo mejor sería buscar un lugar resguardado y quedarme allí. Por otro lado, apenas me queda agua, y tampoco tengo gran cosa para comer.

Dejo allí la mochila con el teléfono cargando y me alejo un poco a ver un parque arqueológico que hay un poco más arriba con restos de trincheras y fortificaciones de la Guerra Civil. Cuando estoy allíveo dos personas que llegan hasta donde dejé la mochila. Decido bajar. Aparece otra persona más. Los tres parecen conocer bien la zona, especialmente el último en llegar. Entre todos decidimos que lo mejor es que llegue hasta Valdorria, que es el pueblo que se ve enfrente y que está a unos 4 kilómetros. Se aparta un poco de mi camino, pero me dicen que allí hay bar y que seguramente me permitirán montar la tienda en algún sitio.

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Casa blasonada en La Mata de Bérbula

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Acampada libre

El camino hasta Valdorria es muy interesante. Transcurre por una senda que va rodeando la vaguada para poder salvar el profundo valle que se abre debajo, que es, según me cuentan un lugar mágico que vale la pena visitar (en otra ocasión). Según me voy acercando al pueblo se va haciendo más evidente que voy siguiendo una antigua calzada romana. Tengo buenos presentimientos.

El camino deja atrás la bifurcación por donde debería seguir y donde tendré que volver al día siguiente y después va descendiendo hasta el cauce del arroyo para a continuación iniciar el ascenso al pueblo. Enseguida encuentro el bar, y después de una cerveza fría pregunto si me pueden dar de cenar y si puedo acampar en algún sitio, y felizmente la respuesta a las dos preguntas es afirmativa, así que voy donde me indican (por el camino de la ermita de San Froilán) y monto la tienda; a continuación vuelvo al bar a dar buena cuenta de la cena, y cuando termino, ya de noche, regreso a la tienda contento de mi buena suerte.

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Paisaje desde lo alto. Al fondo el pico de Valdorria y el pueblo a su costado

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Pequeños tesoros a ras de suelo

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Calzada romana camino de Valdorria

5. De Valdorria a Vegacervera

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Hacia Peña Galicia

La verdad es que fue una muy buena decisión parar en Valdorria, pues tiene muchas cosas que ver y además guarda mucha relación con el camino aunque quede un poco fuera, así que considero que debería ser visita obligada para el peregrino. Lo primero que hago nada más levantarme es visitar la ermita de San Froilán, que no queda muy lejos de donde he acampado. El camino y el emplazamiento son espectaculares y la historia o leyenda sobre la vida del santo tiene su miga (en relación con esto recomiendo visitar la página que cite al principio, https://www.viejocaminoolvidado.com).

De vuelta al pueblo, paso por el bar a desayunar y a continuación desando una pequeña parte del recorrido que hice el día anterior hasta retomar el camino, que va subiendo un buen trecho en zigzag por un sendero pedregoso, siempre con el pueblo a la vista cada vez más abajo. Una vez arriba se puede ver de frente la mole de peña Galicia que hay que bordear por su derecha hasta llegar a una zona de prados en la que me cuesta un buen rato dar con el camino.

Finalmente lo encuentro. Es una senda que se va ensanchando y que al poco empieza a descender siempre en la dirección de una vistosa peña que resulta muy plastica por la forma en que se retuercen los plegamientos rocosos.

La bajada cada vez es más pronunciada hasta llegar al precioso pueblo de Correcillas, a los pies de la peña antes citada. Nada más llegar a la primera casa, y a pesar del apoyo de mis bastones, un resbalón me hace caer de espaldas al suelo. Compruebo que, afortunadamente no tengo nada roto, aunque sí una buena rozadura en el brazo que lavo y curo en la fuente del pueblo.

Aquí acaba la parte buena de la jornada, pues a continuación vienen un montón  de kilómetros (8,4 según veo en mi página de referencia) de bajada por carretera hasta llegar a Villafeide. Allí, como me ocurrió el día de Boñar, estoy tan ansioso por dejar la carretera y enontrar un sitio agradable para descansar que me olvido del puente medieval y la iglesia románica.

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Correcillas

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Acercándome a Vegacervera

Efectivamente salgo por fin de la carretera, pero como otras veces, de repente el recorrido continua por estrechas sendas con maleza, con un montón de bifurcaciones, donde uno se desespera intentando encotrar el camino correcto. Por fin consigo llegar a un camino más ancho y encontrar un sitio en sombra para descansar y reponer fuerzas. Ya sólo me queda un tramo más de camino, ya con la vista de la montaña frente a mí, y recorrer todo el pueblo de Vegacervera hasta llegar, cruzando el río, al camping, pequeño pero magníficamente situado al pie de las peñas*.

*Como digo, se trata de un establecimiento muy pequeño y coqueto. Los encargados son muy agradables (no así los vecinos que me han tocado, gente mayor instalada en grandes tiendas o bungalows, que parecen asiduos del camping y deben de considerarlo como propiedad suya y a los visitantes ocasionales como yo como una amenaza a su tranquilidad). El caso es que consigo lavar ropa, que falta me hacía, dar un paseo hasta las espectaculares hoces y, a la vuelta disfrutar de una cena sorprendentemente exquisita para tratarse de un camping.

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Camino de la ermita de San Froilan. Al fondo puede verse la espadaña

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Camino de Correcillas, con la torturada peña al fondo

6. De Vegacervera a Buiza

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Iglesia de Coladilla

A la hora en que salgo de Vegacervera todo está cerrado, así que, de nuevo por carretera, me encamino al pueblo de Coladilla, donde espero encontrar un bar y un obrador, pero parece que, como me dice alguien, en ese pueblo la gente no madruga demasiado, así que tengo que conformarme con los escasos restos de comida que llevo encima, ya que no he podido hacer compra desde Boñar nada menos. Doy cuenta pues de este modesto almuerzo a la vista de la bonita iglesia con detalles jacobeos.

Después de cruzar el pueblo,las señales me siguen llevando, en continuo y penoso ascenso, por la carretera. Miro el track y veo que me indica un desvío en el pueblo que no había visto. Ansioso de nuevo por dejar el asfalto acabo volviendo sobre mis pasos y tomando el camino que me indica el track. Al cabo de un rato me tranquilizo porque veo alguna señal. ¿Por qué me mandaban entonces por la carretera? Al cabo de unos kilómetros lo comprendo. La senda se va volviendo cada vez más intransitable a causa de la maleza, y de pronto me encuentro en un punto en el que no encuentro manera de seguir.

A la derecha puedo ver las fincas y el pueblo de Valle de Vegacervera, pero no veo la manera de llegar. Por fin encuentro una vía a través de caminos o lindes llenos de zarzas y ortigas y consigo salir, magullado, hasta el pueblo y alcanzar de nuevo la (bendita) carretera.

De modo que prosigo mi camino por el asfalto hasta llegar a Villar del Puerto. Allí tengo la suerte de encontrarme con el panadero. No compro pan porque no tengo nada con qué comerlo, pero sí unas rosquillas de anís riquísimas que me durarán unos cuantos días.

Y de nuevo el contraste extremo: a la salida del pueblo las señales me llevan por un estrecho sendero que primero va paralelo a la carretera y poco a poco se desvía descendiendo a la izquierda hacía un hueco entre las montañas. Después de un peligroso descenso por un pedregoso y empinado camino en el que temo por mi integridad y compadezco a los que hagan este camino en bici, me encuentro con unas hermosas hoces por las que discurre un arroyo que forma en algunos sitios atrayentes pozas.

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Bajando hacia las hoces de Villar

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Boca de mina a la salida de las hoces

Sería un buen sitio para parar a refrescarse y a tomar un refrigerio, pero no tengo nada salvo las rosquillas y me corre prisa llegar al siguiente pueblo, donde espero encontrar un sitio para comer.

Me sorprende encontrar tanta gente por el camino, pero descubro, a la salida de la garganta, que el camino sigue por una pasarela de madera que recorre un recóndito y umbrío hayedo. A la salida del mismo una antigua boca cerrada me recuerda que estoy en una zona minera, lo que se confirma a la vista del pueblo al que llego después de un rato, Ciñera, donde consigo por fin comer y, previsoriamente, comprar un bocadillo para la cena.

Después de atravesar este pueblo y el que viene a continuación, La Vid, cruzo la vía de tren por un tunel y me adentro en lo que en principio más parece una zanja que un camino, aunque un poco más adelante se confirma como tal.

El citado camino sube y sube bordeando un bosque de robles, pero siempre al sol y en línea recta. Más que camino parece un cortafuegos. Después de una parada obligada por una herida en el pie que tengo que vendar continúo el ascenso, que cada vez es más abrupto. Una vez arriba se extiende a mis pies un valle con excaso arbolado donde se ven pastar grupos de caballos. Intento seguir la ruta, pero el camino se pierde en la hierba, así que avanzo como puedo hasta encontrar por fin una senda marcada que me encamina al pueblo de Buiza.

Una vez allí tengo la suerte de encontrarme con Ángel, el encargado del albergue, que me confirma que está cerrado pero me asegura que puedo acampar sin problemas en el patio.

Me siento pues en un banco frente a la calle, que resulta estar bastante concurrida por vecinos que salen a dar un paseo, me como el bocadillo que traía y después de esperar un tiempo prudencial, monto la tienda y me meto en el saco

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Entrando en Ciñera

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Cruzando la vía

Al cabo de un rato, como me habían advertido, oigo voces de niños. En el patio del albergue está también el parque infantil y se ve que los chavales tienen la costumbre de reunirse allí después de la cena. Enseguida ven la tienda y se acercan a investigar. "Hala, una tienda -intentan entrar-, ¿hay alguien dentro?" Intento poner una voz cavernosa: "Un peregrino". Parece que les he impresionado bastante. Bajan el tono de voz, se lo cuentan a otros que van llegando, discuten, se marchan, vuelven... En algún momento me quedo dormido. A lo largo de la noche creo oír ruido de lluvia.

Justo cuando voy a levantarme empieza a llover de nuevo. Cuando amaina, me levanto, como algo en un soportal y recojo la tienda intentando secarla como puedo con un trapo.

Me pongo en marcha. Me confundo de camino, pues aquí el Camino Olvidado confluye con el camino del Salvador, que va de León a Oviedo y sigo por un momento en dirección contraria hasta que me percato de mi error.

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Trabajando a pleno sol en Ciñera

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Echando la vista atrás camino de Buiza

7. De Buiza a Viñayo

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Reciclando

¡Y carretera y manta! Efectivamente, otro tramo de carretera. Manta habría venido bien, porque la mañana está fresca y el sol está demasiado bajo como para llegar hasta el fondo del valle. Son unos cinco kilómetros hasta Pola de Gordón. Este tramo coincide, como dije, con el camino del Salvador de León a Oviedo, y según me acerco a Pola empiezo a ver peregrinos en dirección contraria. Hablo con uno, también catalán: vienen de Roncesvalles y en León han decidido tirar para Oviedo y desde allí hacer el camino del Norte. Teniendo en cuenta que en una semana yo sólo he encontrado dos personas, llego a la conclusión de que este camino es mucho más frecuentado. ¡No lo hubiera pensado! Por otro lado pienso que debe de ser la hora punta (todos saldrán de León más o menos a la misma hora, muy pronto por cierto) y también que es más fácil encontrarse gente si vas en dirección contraria.

Sumido en estas reflexiones llego a Pola de Gordón después de atravesar una zona industrial, entro en una cafetería para reponer fuerzas, hago algo de compra (¡por fin!) y otra vez en marcha.

Después de un tramo corto de carretera entro en un camino ancho que comienza a ascender sin parar. Al principio no me percato, pero cuando he andado ya un buen trecho echo la vista atrás y empiezo a ver las cimas de las montañas cantábricas. Primero  es sólo un trocito, pero según voy subiendo la visión se amplía, hasta que llega un momento en el que diviso casi toda la cordillera. El espectáculo es fantástico. Sólo por esto habría valido la pena hacer el camino. Nunca había visto nada parecido desde ningún mirador. Además todo se alía: el día es perfecto, la luz maravillosa, las nubes espectáculares... Sólo me faltaba una buena cámara con un buen objetivo. Pero en fin, hago lo que puedo con mi compacta.

Me cruzo con dos o tres personas ligeras de equipaje haciendo alguna ruta. Cuando me parece que he llegado arriba del todo, el camino sigue subiendo un rato, ya más suavemente, hasta que por fin alcanzo a ver la otra vertiente, con el mar de la Meseta al fondo. El camino se ensancha aún más y emprende una larga bajada algo sinuosa, para después volver subir, mucho más bruscamente, todo lo bajado y un poquito más.

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Comienza el espectáculo

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Mar de la Meseta al fondo

Estoy a 1.671 metros de altura. Me siento entre la hierba amarilla al lado del mojón que indica el camino feliz con lo que acabo de vivir y contemplando de nuevo la montaña al fondo hacia el oeste.

Después de reponer fuerzas reemprendo la marcha. Me espera una bajada pronunciadísima, fatal para mis rodillas. Al llegar abajo el camino se adentra en un desfiladero que se va cerrando cada vez más y que aparece bastante concurrido. Me acuerdo de que es sábado. El cañón es muy bonito y muy largo, a ratos difícil pues el suelo en una gran parte esta cubierto de piedra y grandes rocas. Luego se ensancha de nuevo y alcanzo el bonito pueblo de Viñayo.

A la entrada del pueblo veo unos prados que me parecen ideales para acampar. Paro en el bar y pregunto al camarero. Me dice que no cree que haya problema, que no sabe ni de quién son. En el pueblo no hay donde comer, así que echo mano a lo que tengo y sobre las nueve me voy a acampar,

Todavía hay algún caminante que vuelve del cañón, y en el prado hay dos caballos pastando. Me pongo un poco alejado de ellos y se acercan curiosos olisqueando mi comida. Por fin consigo que se marchen y logro montar la tienda. Todo parece muy tranquilo.

Todos los días ha refrescado bastante por la noche, pero ese día el termómetro baja hasta los 6 grados. Además, la tienda debe de estar humeda del día anterior. El caso es que paso una noche fatal. En un momento dado tengo que salir a hacer pis y el espectáculo es maravilloso. Debe de haber luna nueva, no me había dado cuenta, y el cielo aparece cuajado de estrellas.

En cuanto amanace, me levanto. Necesito entrar en calor, pero no lo consigo. Después de desmontar la tienda, cargo con la mochila y voy a llenar la cantimplora de la misma fuente donde cogí agua el día anterior. Está muy caliente. La tiro. ¿Cómo? Me doy cuenta de que me parece caliente porque tengo las manos heladas.

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Mojón

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Al fondo, la silueta inconfundible de los Picos de Europa

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El mejor mirador del mundo

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Sin palabras

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La cordillera en toda su extensión

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Desfiladero de los Calderones

8. De Viñayo a Lago de Omaña

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Iglesia d Viñayo a la salida (o la entrada más bien) del pueblo

Comienzo a andar por la carretera en dirección a la Magdalena. Cuando llevo un par de kilómetros andados por fin me alcanzan los primeros rayos del sol y poco a poco empiezo a entrar en calor. Atravieso otro pueblo y me meto en una senda que durante un tramo me lleva por encima de la carretera y de la zona de peaje de la autopista. Luego salgo de nuevo al asfalto, atravieso la autopista por debajo y entro en La Magdalena. El pueblo se extiende a lo largo de la ruta bordeada por antiguos chalets. Entro en la primera  cafetería abierta que encuentro.

Después de la mala noche pasada no me encuentro muy animado que digamos. Llevo dos noches seguidas durmiendo en la tienda y sin ducharme. La verdad es que fue un error de planificación: el día que dormí en Buiza podía haber seguido hasta Pola de Gordón, donde había un camping, y ayer, en lugar de quedarme en Viñayo, haber seguido hasta La Magdalena, donde podría haber encontrado un hostal barato.

El caso es que me digo a mi mismo que si no encuentro alojamiento para esa noche, al día siguiente me voy para casa, adelantando así en dos días mi previsión de seguir hasta el miércoles. Así pues llamo a todas las direcciones que tengo. En realidad lo único que hay por la zona son casas rurales a las que no podría acceder. De cualquier forma, me dicen que están todas ocupadas hasta mediados de agosto. Miro las opciones de volver a casa en transporte público. Tendría que esperar hasta las nueve de la noche para coger un autobús a León y andaríajusto para enlazar con el que me llevaría de allí a Gijón. Finalmente decido seguir y pasar la noche donde encuentre sitio, y le mando un mensaje a mi mujer para que me recoja al día siguiente.

Pronto la ruta toma un camino que me se adentra en un bosque de robles alfombrado de brezo. Un paisaje que me es familiar. Sin embargo, puede que sea sólo una sensación, pero me parece que algo cambia. El cielo está más despejado, la luz es diferente, el color del suelo también, el paisaje es más abierto, más desolado. Estoy en Omaña. Al norte sigo viendo las montañas; ahora, si no me equivoco, se trata de las que marcan el límite entre Babia y Somiedo.

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Camino a la colmena

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Praderas de Omaña

E VINO UNA ABEHA Y ME PICO, AY AY...

Abstraído en mis reflexiones, siento que se me posa una abeja en la pierna; la aparto  instintivamente y veo que va directa a mi cara. Intento luchar con ella, pero llevo los bastones en las manos y no puedo maniobrar muy bien. Finalmente noto el doloroso pinchazo en la muñeca. En este momento resuelvo una duda que tenía desde hacía mucho tiempo: nunca antes me había picado una abeja. Este dolor tan agudo y persistente sin duda es nuevo para mí. Me quito el aguijón y no sé si me paro a ponerme algo; acto seguido echo a andar rápido mirando a todos lados temeroso. Llego a una bifurcación y sin mirar tomo el sendero de la izquierda. Al cabo de un rato otra abeja se me estrella en el pecho. Cada vez más nervioso, veo abejas por todas partes. Por fin, a lo lejos diviso la colmena. Vuelvo sobre mis pasos hasta la bifurcación que antes me pase y tomo el otro sendero. Sigo como 10 o 15 minutos a ritmo rápido y luego me paro a comprobar que llevo el camino correcto y continúo ya un poco más tranquilo. La muñeca se me ha hinchado un poco, me sigue doliendo y me pica, pero parece (segundo descubrimiento) que no soy especialmente alérgico a la picadura de las abejas. Eso sí, a día de hoy, tres semanas más tarde, todavía me sigo rascando de vez en cuando.

Cuando acaba al bosque entro en una zona más abierta y más ondulada, con montañas al fondo. Un paisaje más parecido al del viaje que yo tenía planeado en un principio y que me tendría que haber llevado por Tierra de Campos hasta los montes del norte de Zamora, un paisaje más expuesto, más duro, pero también, quizás, más espiritual (y más fotogénico).

Hasta los pueblos parecen diferentes, más desolados y polvorientos. Atravieso Villayuste y me acosan todos los perros del lugar; sigo por caminos sin árboles bordeados por cercas y bajo hasta el cauce de un arroyo donde descanso un poco a la sombra de un chopo. Ahora toca subir otra vez y según voy ascendiendo me va invadiendo la magia de este paisaje primitivo. Paro y echo la vista atrás y cuando estoy haciendo una foto veo aparecer un figura por el camino. ¡No puede ser, parece un peregrino! Me paro a esperar. No se entera de mi presencia hasta que está cerca. Se sorprende igual que yo de encontrarse con alguien por el camino.

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Iglesia de Lago de Omaya

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Amanece en la ermita de Lago de Omaya, fin de mi viaje

Me cuenta que viene andando desde Mallorca enlazando diversos caminos, que tampoco ha encontrado donde quedarse esta noche y que va con prisa para coger un autobús en Riello para León y dormir allí, comprar algunas cosas y volver a Riello al día siguiente para seguir el camino. Le explico que quizás hoy será mi último día pero, por si finalmente decido seguir, quedamos al día siguiente en el albergue de Fasgar.

Echo a andar detrás de él y pronto llego a Lago de Omaña. Pensaba que con ese nombre quizás iba a encontrar un sitio donde darme un baño, pero el "lago" sólo es una lagunilla llena de plantas acuáticas y en la que resuena el croar de las ranas.

Es un pueblo parecido al anterior, pero con más encanto. Paro a comer en un parquecillo frente a la iglesia. Se diría que no hay vecinos porque no veo a nadie por la calle. Debe de ser la hora de la siest. A la salida del pueblo encuentro una bonita ermita con un prado perfecto para montar la tienda. Llamo al albergue de Fasgar y me confirman que tendrían sitio para mí. Me hace ilusión encontrar por fin un albergue y pienso que me gustaría seguir, pero ya es tarde. Este es el fin de mi viaje. Espero poder retomarlo alguna vez aquí donde lo dejo.

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Bosques y brezos y al fondo las montañas de Babia

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Otros campos, otros montes, el mismo camino

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Al fin un peregrino

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